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Patricia Herreros Cid
PSICÓLOGA Y MUSICOTERAPEUTA
La expresión musical y artística realiza un viaje desde lo más auténtico de nosotros hacia los demás, hablando el lenguaje de las emociones. La terapia no es muy diferente: te acompaña en el proceso hacia ti mismo y te nutre hasta encontrar tu forma auténtica con la que transformar el mundo.

Érase una vez un anciano que vivía solo en una vieja casa situada en el centro de un jardín tan grande que necesitaba algunos días para recorrerlo. Cuando se hizo mayor y nadie lo necesitaba, creció en él la amargura. Pero a medida que los años iban pasando, también pasó este amargo sentimiento, lo que lo convirtió en una persona muy ligera. Un día oyó una llamada que le decía. “Reúne todos los días que sean en vano”.
Y había muchos de esos días.
Como se había vuelto tan ligero como una pluma, siempre que no deseaba pasar un día en este mundo se dejaba llevar por el viento hacia todos los puntos cardinales.
Reunió los días en que las personas perdían lo que más amaban, lo que tenían. Días en que un dolor se hundía en el corazón de una persona, días sin consuelo, días en que la vida suponía toda una carga, días perdidos, días de oscuridad, días de ira, días absurdos. Siempre había alguien que decía: “Este día ha sido en vano”. El anciano reunió todos los días sin mirar en su historia. Alguno le resultaba más pesado que otros. A veces había también días alegres sobre los que alguien decía: “Este día ha sido en vano”.
Con todo cuidado llevaba los días a su jardín y los ponía sobre la tierra. La lluvia caía sobre ella, el sol la iluminaba y la nieve lo cubría todo. Pasaban los años y crecían flores y árboles de aroma tan dulce que atraían a las mariposas más bellas y raras.
El jardín florecía de tal modo y estaba tan poblado de mariposas como nadie había visto ni oído antes. Así vivía el anciano con los días que habían sido en vano.
Un día, volvió a oír una llamada que le decía: “Ahora, toma las semillas de tu jardín y espárcelas por el mundo entero”.
Y así, volvió a dejarse llevar por el viento en todas las direcciones sembrando una semilla aquí, otra allá. Todas las flores y árboles que crecieron de estas semillas desprendían un aroma tan dulce como nadie había olido antes.
Entonces, se acercaron las personas a las flores y a los árboles. Sus caras resplandecían. Decían: “Qué día tan bello. Qué día tan bello. Ojalá no acabara nunca”.
Y el anciano sonreía. Y siguió reuniendo los días que habían sido en vano. (Reddemann L., 2003: 171-172) 1


1 Reddemann L. (2003). La imaginación como fuerza curativa. Barcelona, España: Herder